Bajo la Calavera, el Corazón

En un mundo donde los mapas ya no sirven, donde el tiempo se deshace como tinta en agua, hay un claro al que nadie llega por casualidad. No tiene nombre. No lo necesita. En su centro, como un altar que nunca quiso serlo, descansa una calavera rota. Sus fragmentos fueron unidos con alambre de cobre oxidado, como si alguien hubiera querido mantenerla unida no para devolverle la vida, sino para impedir que algo escapara de ella. Bajo esa calavera —justo bajo su peso, bajo su historia rota— crece una flor roja opaca. No hay luz en el claro, y sin embargo la flor no muere. Se alimenta de algo más antiguo que la luz. Más denso que el silencio. Sus pétalos no tiemblan con el viento, porque aquí no hay viento. Y en el centro de esa flor, perfectamente encerrado, hay un corazón hecho de sombra sólida. Uno que nunca latió… pero jamás se detuvo. Nadie sabe su origen, pero algunos lo han soñado. Dicen que fue el resultado de un pacto sellado sin palabras entre dos seres que no sabían amar, pero intentaron. Uno de ellos se ofreció a cargar con el alma del otro, sabiendo que le aplastaría. Que le haría pedazos. Y aún así, aceptó. La calavera es el recuerdo de lo que se rompió. La flor, de lo que se protegió. No hay leyenda. No hay testigos. Solo un secreto que nunca se deja contar dos veces. Si tocas la flor, ves lo que has olvidado a propósito. Y si te atreves a olerla, alguien en algún rincón del mundo olvida tu nombre para siempre. Pero nadie puede llevarla consigo. Porque una raíz brota desde el cráneo roto y atraviesa el corazón de la flor, como una promesa imposible de desenterrar.

8/8/20251 min read